05 junio 2008

Siete. (2.)


Tomo una carpeta que se encuentra sobre una mesa lateral y la hojeo: es un portafolio de fotografía. Se trata de close-ups y extreme close-ups de diferentes partes de cuerpos de personas muertas o agonizantes. Éstas -manos, pies y órganos sexuales primordialmente- presentan severas heridas y ulceraciones en el momento en que acaban de ser limpiadas camino al hospital o en el anfiteatro de algún nosocomio. Diminutos miasmas de sangre se ven fluír de algunas partes que aún exudan alcohol; el morado obscuro de una quemadura recién lavada no permite distinguir a simple vista que es carne y que es hueso, y contrasta de sobremanera con una piel que aún no pierde color. En suma, es difícil distinguir que está muerto y que no. Lo prístino de las imágenes incrementa la sensación de calidez de las mismas. Lo visceral se vuelve engañosamente vívido y artificioso.

Mi amigo se acerca y me explica que estas imágenes son pruebas de contacto de un próximo proyecto, un acto vandálico en un museo-franquicia de Las Vegas. Las fotografías, impresas en gran formato, se sustituirán por las fotografías propuestas originalmente, las cuales ostentaban un tema ecológico auspiciado por una multinacional de computadoras. De cierta forma, el tema no va a cambiar. Las víctimas retratadas son todas el resultado -directo o indirecto- del daño ecológico que ha sufrido la región central de China al convertirse en el basurero secreto de esta compañía. Mientras tanto, uno de sus asistentes se aproxima y le extiende una carpeta negra, la cual, me indica, contiene un proyecto inmediato.