05 junio 2008

Siete. (3.)


Se trata de un político -me dice- quien además de poseer un muy pomposo mal gusto, tiene también una vasta colección privada de obras de arte de artistas muy menores e incluso de otros mas que no lo son, la cual ha adquirido engañosamente con fondos de su administración. No conforme con eso, ha despedido a un gran porcentaje del personal de su administración pretextando un recorte de fondos por la crisis actual, sin embargo, el estado le favorece con un estipendio y le condona impuestos debido a su patronazgo para con el arte. La estrategia de mi amigo es sencilla e interesante: Le va a robar las piezas, les va a fotografiar y a editar un elegante catálogo de las mismas.

Una edición de éste será enviada a cada uno de los trabajadores despedidos, con impresiones de los recibos de fondos malversados a manera de complemento de las fichas técnicas de las piezas. Luego, se inaugurará una exposición repentina en el interior de un conocido edificio público con las piezas y los recibos originales, a la par de una exposición virtual argumentando el amable patrocinio del político en ciernes. Por supuesto se invitará a los trabajadores que han sido despedidos como VIP´s, así como a la prensa y a los noticieros de TV. El tipo no sólo tendrá que responder por el fraude acumulado, sino que se le culpará por afectar a terceros -esto es, a los trabajadores despedidos y al estado mismo- y con suficiente suerte, pisará la cárcel al menos por un par de días, mientras sus abogados se reparten lo que quede a la mano.

Joseph Beuys proponía el hecho de que el arte podía sanar, de cierta manera, las heridas de la sociedad. Pienso ahora en estos extremos de su alcance. Como debo preparar una curaduría para mi amigo, salgo del lugar y un Jaguar XJ me conduce de regreso a mi departamento.